Después de un arriesgado viaje en zodiac, con mucha agua entrando y el timonel maniobrando con velocidad entre las crestas, llegas de nuevo al Buque Las Palmas, fondeado en Bahía Foster, en el centro del cráter volcánico de la Isla Decepción. Es raro ver marejada en el interior de esta segura bahía y hoy la hay fuerte. Así que aplazan el desembarco de material para mejor vez y el buque se prepara para levar anclas y poner rumbo al continente antártico.
Pero antes de salir a mar abierto, es necesario cruzar los traicioneros Fuelles de Neptuno (Neptune's Bellows), única salida de la isla herradura (para los barcos y también para los vientos que soplan en la bahía). Pese a lo angosto del paso, que a ojo te parece que tiene unos doscientos o trescientos metros de ancho, el buque aproa primero hacia la costa del lado derecho, estribor. Se acerca ya preocupantemente a las rocas y la arena cuando al fin vira y —pareciera que ignorando la salida que cae de frente y parece fácil— enfila decidido a babor, hacia la otra costa escarpada. En el puente de mando, la tensión es palpable.
Hay un bajo peligroso y fuertes corrientes en los Fuelles de Neptuno, y muchos barcos pagaron por ignorarlas. Hace pocos años, el Las Palmas mismo rescató a otro buque que encalló imprudente, y eso contribuye a que esta maniobra sea tomada muy en serio. Queda un estrecho paso libre, ajustado, pegando a los acantilados en que termina la circunferencia incompleta en que has pasado los últimos días, y el barco se arrima a ellos en un movimiento que podría parecer de locos. Cincuenta, sesenta metros te parecen que separan el barco del farallón en el momento más grave, y es ahí cuando miras.
A la izquierda, el rompiente de roca que parece hecho de la madera envejecida de un naufragio se alza vertical como el muro ciego de un edificio de muchas plantas. Sólo abajo, donde el agua lame la roca, cede algo el marrón oscuro de la piedra volcánica a líquenes o algas que verdean ligeramente el perfil que deja la marea. Al otro lado de los Fuelles, la sólida roca envejecida se mezcla con descomposiciones y areniscas variando desde el ocre al rojo vino, en gradientes y entreveros bellísimos que forman pequeñas playas y roquedos negros. El gris perla del cielo, la lluvia fina y el oscuro azul, rizado de espuma, te piden, a voces, aprender a pintar (y a tu mente acude quien lo haría bien).
Saliendo, y a babor, una enorme aguja de roca como el tronco talado de un arbol milenario surge del mar unos metros más allá del final de la pared. En el corte de su cima hay pequeños petreles posados, mientras que otros manejan las corrientes y sobrevuelan el barco. Son petreles dameros, por el dibujo ajedrezado que lucen sus alas.
Salvados ya los Fuelles de Neptuno, en seguida el barco comienza el vaivén que le da la mar de fondo. De momento es soportable y así esperas que siga, pues navegando estas aguas no debería moverse mucho. Por si acaso, pides biodramina, te bajas al sollado a hacer tu cama y a ordenar tus cosas, tus ideas. Luego, escribes.
viernes, 30 de enero de 2009
Parte polar: Los Fuelles de Neptuno
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5 comentarios:
uyyyyyy!!!! casi...
Aaagh! que tensión!!
te has convertido en un contador de historias de aventuras!!! que fueeerte!
jijiji
...que te gustaría aprender a pintar?
Tú pintas con las palabras, pequeño.
Yo lo sé, lo he visto.
Ohhh!! Espero que le echaras una fotaca de las tuyas, te la traes y lo pintamos!! ^^ un besooo muy gordo!!!
(tu hermana)
cuerpo! cuídate, l.
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