jueves, 15 de enero de 2009

Presidio de Ushuaia

En 1896, el gobierno de la Argentina, tras firmar el Tratado de Límites con Chile, consideró que era importante instalar una población estable en Tierra de Fuego, para sustentar su soberanía sobre estos territorios. Las condiciones de aislamiento y clima, y la falta de interés económico de esta zona no favorecían la venida de colonos, por lo que alguien tuvo una idea.

Un primer grupo de 23 presos voluntarios, acompañados de sus correspondientes carceleros llegó aquel año a establecerse en Isla Grande. De estos, 14 eran hombres y 9 mujeres, lo que corresponde con la intención gubernamental de poblar esta tierra. Tras la fusión de este destacamento con el presidio militar ubicado en Isla de los Estados, comenzó la construcción del Penal de Ushuaia, cuya mano de obra fue, como cabe esperar, los propios presos. El frío y la nieve (sin contar la férrea disciplina carcelaria) debieron ser, para ellos, una ayuda para sobreponerse al absurdo que supone construir una carcel para ser encerrado en ella.

Con un diseño radial, panóptico, basado en las últimas tendencias en la Inglaterra de la época, el edificio se mantiene en pie hoy en día, albergando un pequeño museo dedicado a la historia de los primeros pobladores de esta ciudad. Hasta mil presos fueron ubicados en esta cárcel que tal vez sea la única del mundo que nunca tuvo un muro alrededor. Una alambrada fue siempre suficiente para retener a los reclusos, pues la mayoría de aquellos que intentaron un escape volvieron luego por su propio pie, ateridos de frío y acosados por el hambre.

Hubo uno, sin embargo, que llegó más lejos. Simón Radowitzky era un joven llegado a la Argentina desde su Ucrania natal (de donde una herida de sable cosaco y el miedo a Siberia lo hicieron huir tras la Revolución Rusa de 1905) y profundamente comprometido con La Idea y el movimiento anarquista. Tras las 8 muertes que produjo la policía en la gran manifestación del primero de mayo de 1909, y la persecución a la que fue sometido luego el movimiento obrero, el 14 de noviembre Simón Radowitzky arrojó una bomba en el carro que llevaba al coronel Ramón Lorenzo Falcón, jefe de la policía de Buenos Aires.

Durante el juicio por asesinato, se reclamó la pena de muerte para el joven, que alegaba tener tan sólo 18 años. Informes periciales determinaron su edad entre 20 y 25 años, pero la aparición inesperada de su partida de nacimiento derivó en su envío al Penal de Ushuaia, de por vida, con sólo media ración de alimento al día. Además, era castigado a reclusión solitaria a pan y agua todos los años durante los 20 días previos al aniversario del atentado.

Su actitud desafiante y su liderazgo en varias huelgas de hambre en la prisión le privaron de los pocos derechos otorgados a los demás presos y lo hicieron víctima de constantes castigos. Sus libros fueron todos cambiados por uno sólo, la Biblia, le cerraron la ventana de la celda con una chapa agujereada (cuántas veces contó los “300 agujeros” que menciona en una carta), fue de continuo humillado verbalmente y, en 1918, fue violado por el subdirector del penal y tres funcionarios.

A causa de este incidente, su caso comenzó de nuevo a tener cierta repercusión nacional, hasta el punto de que los grupos anarquistas chilenos y argentinos coordinaron su evasión de la cárcel. Aprovechando el relevo estacional de los funcionarios, y ciertos apoyos sinceros que obtuvo de entre el personal de la prisión, Radowitzky se hizo con un traje de carcelero y, saliendo, caminó sin más por la calle San Martín. Llegado al muelle, embarcó en el Sokolo y puso rumbo a Punta Arenas, Chile, donde fue finalmente apresado. Se considera que ésta fue la única fuga exitosa del presidio de Ushuaia, y se desconoce la magnitud del castigo a que fue sometido el preso una vez que reingresó entre los muros que él mismo había ayudado a levantar.

(Años después, en 1930, Radowitzky recibió un indulto a condición de exilio, y voló a España para formar parte de las Brigadas Internacionales. Acabada la guerra y como tantos otros, pasó a Francia y de ahí a México, donde en 1956 un fallo cardíaco se lo llevó de un cuerpo marcado ya con medio siglo de luchas. Hasta su muerte, sobrevivió ejerciendo el oficio que en la cárcel de Ushuaia había aprendido: constructor de juguetes de madera.)



No quieres ni imaginar lo que debió ser cada noche de invierno entre estas paredes, con el viento aullando afuera y, por dentro, la certeza final de estar jodido para siempre. Así y en estas, tus pasos te han llevado hasta la tienda de souvenirs del museo de la prisión, en la que sin buscarla encuentras una carta náutica de las islas Shetland del Sur, tu próximo destino. Con ella bajo el brazo y el buque en puerto, marchas a hacer la mochila para embarcar mañana.

2 comentarios:

Flor de Sueño dijo...

Te leemos atentos hermano. Después de que ayer embarcarás, nos preguntamos por dónde irás ya.
Las olas no han podido contigo, seguro.

besos!

la luisa dijo...

tiger, besos, l.