viernes, 23 de enero de 2009

Parte polar: Archipiélago de las Shetland del Sur

        Y sí, finalmente acabó el “Drake” y ya estás aquí. Lo sabes porque la mar no se mueve, porque el aire frío te lo dice y porque saltan ya, muy de vez en cuando, algunos pingüinos en torno al barco. Provocan la sorpresa y la ovación de aquellas para quienes ésta es la primera vez al otro lado, y a tí te sirven sólo como premonición gustosa de lo que viene.
        Antes de llegar a tu primer destino, la Isla Decepción, el barco ha de dejar a algunas personas en otras islas del archipiélago. Las islas Shetland del Sur son homónimas de otras escocesas del Mar del Norte, y forman un grupo alargado, como una primera barrera entre el continente antártico y lo otro, lo demás. Durante la noche, con rumbo sur sureste habéis navegado el Estrecho de Nelson (el famoso almirante), cruzando así la primera barrera antártica y esta mañana, al salir a cubierta, contemplas la costa de la Isla del Rey Jorge. Así nombró este lugar William Smith, marino inglés que yendo a Valparaíso dobló mal el Cabo de Hornos y aquí llegó, el 16 de octubre de 1819.
        Te encuentras en la Bahia Maxwell, uno de los puntos más concurridos de la Antártida. Desde cubierta puedes distinguir una base chilena (Base Presidente Eduardo Frei), una base rusa (Bellingshausen station) y un refugio argentino. Más allá, conoces la existencia de la llamada “Gran Muralla China” (Base Chang Cheng), la base uruguaya Artigas y la coreana del Rey Sejong. Aquí se manifiesta mejor que en ningún otro sitio el espíritu del Tratado Antártico, acuerdo por el cual se aparcan todas las aspiraciones de soberanía sobre estas tierras y se las consagra a la ciencia y a la paz entre naciones. Eso sí, dos buques de guerra de la armada chilena presiden la bahía.
        Una vez realizado el intercambio de personal (suben a bordo cuatro investigadores rusos) levamos anclas para ir muy cerca, a la base argentina Teniente Jubany, situada en Caleta Potter. Ya estuviste aquí el año pasado, caminando un precioso día entero por una playa rebosante de elefantes marinos, y miras la costa con añoranza sabiendo que esta vez no bajarás (y que seguramente nunca más lo hagas). Sin ni siquiera fondear, una investigadora es acercada a la playa de la base en una zodiac y el barco parte con prisa hacia la segunda isla, por tamaño, del archipiélago.
        Para llegar a Isla Livinsgton es necesario recorrer gran parte del margen inferior del archipiélago: dejando atrás Rey Jorge, se suceden las blancas islas Nelson, Robert y Greenwich, separadas por estrechos y peligrosos canales. La última es Livingston, donde se encuentra la otra base española (en la que vivirás unos días de aquí a poco).
        Durante la travesía, el mar en calma y el sol poniente parece que animan las aguas donde, aparte los pingüinos, resopla un número tan grande de cetáceos que impresiona hasta a quienes conocen esta zona tras muchas campañas. Una manada de orcas enseña lomos y aletas afiladas a estribor, provocando prismáticos y cámaras llenos de sorpresa e ilusión. El reflejo de las islas nevadas en el espejo móvil del agua quieta multiplica lo insólito de la estampa. Más cerca, luego, algunas ballenas corcovadas saltan a cuerpo entero y bufan como contentas, recibiéndote de nuevo en estas latitudes. Finalmente, para terminar de reavivar el mismo asombro que creíste difícil recuperar, un lobo marino nada un momento de espaldas frente a proa, mirando sin comprender la mole roja y blanca del barco que ruidosa se le viene. Resignado al absurdo y ágil, voltea su cuerpo y desaparece de tu vista pero se queda en tu memoria.
        Noche ya, fondeados en Bahía Sur frente a la base española, comienza el desembarco de material para la remodelación de la base mientras vuelves al catre ya casi cómodo pensando en que mañana tomas tierra por fin en Decepción. Pensabas que sería imposible volver a ser deslumbrado esta segunda vez y, en tu retina, casi no caben de nuevo las fotos que no tomaste y para ti se quedan. Van dedicadas, todas, a quienes no las verán y quisieras ver cerca ahora. En esa dedicatoria te duermes y sonríes.


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