jueves, 6 de marzo de 2008

Pucón

El cono perfecto del volcán descuelga sus tres mil y pico metros a la
izquierda de tu campo de visión, junto al embarcadero. Hace un momento,
las nieves que cubren más de dos tercios del flanco que ves se
encendieron en una crema de naranjas y pomelos casi demasiado cursi para
ser nombrada (pero a la vez complementaria a los azules progresivos en que
se cierne la pequeña vaharada blanca, el soplo de nube con que se adorna
el volcán Villarrica en estos días, acabando el verano).
«Pongámoslo de esta manera», se arranca al fin, tras pensarlo un momento
con un trago de la infusión de boldo que vierte desde el termo metálico.
«Viajar acompañada consiste meramente en trasladarse, viene a ser sólo
mover de un lado a otro el extenso conjunto de manías y expresiones,
frases hechas y asociaciones de ideas predecibles, ese haz de recuerdos
(tal vez diría Borges) que somos, miserablemente. Con suerte, una viaja
con alguien que la conoce mucho y ahí el desafío es mínimo: el café con
la leche fría o casi hirviendo, sin cebolla la ensalada, el despertador
35 minutos antes de la hora, tú ventanilla y yo pasillo.
»Si el viaje es suficientemente largo (aproximadamente más que la
paciencia del más débil de ambos), se deriva de forma irremisible en una
espiral de pequeños odios minuciosos. Sabotaje, atentados contra las
buenas costumbres en lo tocante a la temperatura del café o la hora de
diana, argumentaciones interminables sobre las ventajas diuréticas de la
cebolla... Todo se acaba resolviendo de noche, en la cena o más tarde, si
se llega a un lugar suficientemente bonito, como es éste, por ejemplo.»
Al decir esto, sus ojos, azules y vivos, señalan hacia adelante. Frente
al embarcadero, como esas dos caras que son también una copa, dos
perfiles de tierra negros se recortan sobre el agua enmarcando la salida
de la pequeña bahía, simétricos. Más allá, los últimos restos del
poniente aún se reparten entre cielo y agua, apagándose la pátina del lago
ligeramente antes. El volcán ya es gris y negro, aunque la nieve conserva
aún cierta fluorescencia sutil, como un resto de goce. Su fumarola ha
crecido ahora y alcanza a otras nubes, dibuja seres extraños que van
cambiando.

«Otra variante similar es no conocer a fondo a la compañía, en cuyo caso
es necesario darse prisa en delimitar márgenes y preferencias, hay que
construir rápidamente quienes somos para evitar equívocos. Esto resulta
entretenido, pues en el proceso se consigue rellenar con horas y horas de
agradable charla los largos desplazamientos pasillo y ventanilla. (Y, a
diferencia de la persona que nos hacía sentir aceptadas de antemano, esta
desconocida puede, al dejar de serlo, abrir un par de grietas en el casco
de lo que somos, puede dejarnos alguna lección de vida que tal vez
aprendamos).
»Sin embargo, una vez repasado el muestrario de episodios divertidos,
frustantes o asombrosos, una vez que se ha hablado de la infancia y de
amores terminados o marchitos, cuando podemos empezar a decir que
'conocemos' a la otra persona, de nuevo se abre ante nosotros
irremediable la espiral que te decía. Y es peor en este caso, porque
podemos echar en falta la ayuda de esa cierta lealtad incondicional que
dan los pasados compartidos, el cariño antiguo.

»Y bueno, viajar sola se parece más al segundo caso, salvo que no llegas
a 'conocer' a nadie a fondo. Tal vez lo interesante está justo ahí, o en
su contrario: nadie llega a 'conocerte', nunca. Y esto que a primera
vista suena como algo absolutamente indeseable, resulta ser una
circunstancia casi mágica que la eleva a una, que nos hace grandes.
Intentaré explicarme.»
En la oscuridad intuyes sus ojos, que desprenden una fuerza que antes no
tenían, y en su voz notas ahora un aire nuevo, más vivo, más firme.
Prosigue: «Viajar sola es no tener quien la defina a una, es estar
obligada a definirse en cada encuentro, en cada conversación. Quién eres
tú, te preguntan varias veces al día. De qué país vienes, a qué te
dedicas, cuál es la ruta que sigues, quién eres tú. Y la inocente
pregunta se vuelve contra una, ¿quién soy yo?, y caemos en la cuenta de
que hay decenas de respuestas correctas. Viajar sola es caminar sin
muletas, es una encrucijada en cada paso, es un proceso de construcción.
A veces compruebas que montas un personaje en tres o cuatro frases, y que
otras tres o cuatro igualmente correctas hubieran dado lugar a un tipo
totalmente diverso.
»Así, existe la posibilidad también de ser otra, de actuar como actrices
o actores, de fingir. Para esos encuentros efímeros que suceden todo el
tiempo (compañero de autobús, de hostal, de refugio, de restaurante),
podríamos inventarnos un pasado nuevo cada vez, ser quienes deseamos ser
o, mejor, quienes nuestro interlocutor desea encontrar. Es, por supuesto,
una falta de respeto, un menosprecio hacia el otro y no lo hacemos. Pero
la posibilidad está ahí y su mera presencia ya determina.
»Porque, aún cuando no juguemos al juego de las máscaras, el desafío de
respondernos a ¿y quién soy yo? en cada encuentro nos deja siempre
vagando a media luz, aproximándonos, sin alcanzarla nunca, a esa persona
que creemos ser, a esa en la que creemos.
»A este proceso, a esta búsqueda de respuesta a la pregunta más sencilla,
podemos llamarlo simplemente 'vivir'. Y claro, es un proceso que
realizamos continuamente aunque no viajemos. Sin embargo, para mí es
bastante obvio que se acelera en estas condiciones, que el progreso es
mayor. A mí me parece que viajando sola vivo, en definitiva, más.»

Ya es noche cerrada, y crees que necesitarás muchos días para comprender
lo que, en un rato, la voz de esta viajante señora ha puesto a tu
alcance. Tiene 65 años, y una familia que la espera en Bristol, Gran
Bretaña. Imposible saber si sabe quién es, si estuvo actuando para ti.
Pero hay algo compacto, algo duro como roca y tan auténtico en ella que te
lleva por delante, que te doblega. Mientras se despide, comprendes que de
alguna manera crees en ella, pese a que no estés de acuerdo con algunos
planteamientos. Torpemente, tratas de decirle lo mucho que has valorado
sus palabras. La maldices un poco también, entre risas, por la tarea
inmensa que te deja en prenda: viajar, ahora. Vivir.


P.S.: Esta cuenta de correo va a dejar de funcionar en unos días. Creo que
sabéis dónde contactarme a partir de ahora, ¿no? Besos!!

P.P.S.: "Cuando viajo miro los paisajes / que me miran y que pasan / como
pasan por mi vida los colores del sol. / Y la mirada es un paisaje / que
refleja las palabras / circunstancias mejoradas por el filtro que hace /
mi corazón".


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Crónicas de Indias y Antárticas
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