viernes, 22 de febrero de 2008

Parte polar, 17

Abandonas la isla sin pena. Has pasado en Decepción menos de quince días en total, y sabes que no has llegado a ser de aquí. Sin embargo, te llevas el rasguño de haber pertenecido a esta extraña comunidad, la que forman diez militares escogidos y unos veinte apasionados científicos.

Por el lado castrense, recordarás esta misión del Ejército de Tierra en la Antártida por su sentido del humor. Partiendo del Comandante (al que todo el mundo llama simplemente "Jefe", y quien conquistó de ti ese tratamiento también, sin ser tú nada de eso), se propaga a todos los miembros de la unidad y no hay conversación sin chiste o ironía, sin ese uso preciso del sarcasmo que tanto disfrutas.

Para ellos es un lujo estar aquí, esta es una misión absolutamente excepcional. De nuevo nombres inquietantes planean sobre sus vidas, pasado y futuro pueden llamarse Kosovo, Afganistán o Líbano, y el color sucio perlado de Decepción forma un paréntesis soñado, un remanso de nieve sólo afectado por la voz de sus familias al teléfono, tan lejos. Tienen suerte de estar aquí, lo saben. Y lo demuestran cada día con su arrojo, su entrega y su alegría.

El lado de los científicos lo conoces más. Sabes de cerca lo vacía que está la palabra Ciencia cuando rueda por despachos y pasillos, el nimio lugar que ocupa en la escala de prioridades de tantos que de ella comen. Recubierta de una dura capa de burocracia, sometida al interés individual por medrar, queda poca Ciencia en universidades y centros de investigación.

Así, resulta preciosa la voluntad de los que vienen aquí a poner en marcha la Ciencia de esa forma que imaginabas pero que rara vez habías podido ver. Personas geólogas, vulcanólogas, biólogas o meteorólogas, gente enamorada de su disciplina y capaz de trabajar cada día, por ejemplo, más de ocho horas en una playa batida por el viento y el aguanieve, que luego completan a la noche, tras la cena, con otras cuatro o cinco horas en un laboratorio de campaña frío y mal iluminado.
 
Mucho has aprendido de estas personas y mucho agradeces al subir a la zodiac que al buque te lleva. Abandonas la isla sin pena, pero un pellizco por dentro confirma que no eres ya del todo la misma persona que hace un mes llegara, que no estás intacta. El increíble paisaje, los bichos y matas que aquí resisten, y un
puñado de personas buenas te mandan a casa cambiado por dentro. Crecido y sonriente.

----

Pero no, no es a casa a donde el buque te lleva: tienes por delante
cuatro días de navegación hasta Punta Arenas, Chile, y luego un mes
para llegar a Buenos Aires. Para empezar, hacia el norte inabarcable,
la Patagonia espera...

No hay comentarios: