Amanece y algo ha cambiado: el barco no se mueve, al menos no como antes. Tu primer pensamiento es que la Antártida, con toda la carga mítica que durante estos meses ha ido acumulando, está ahí. Te levantas y una ojeada rápida a la escotilla de tu camarote descubre, flotando en el agua, trozos de hielo. ¿Trozos de hielo en el agua del mar?
Al salir a cubierta, ves tierra después de tres días de azul y azul: tierra y nieve. Entre los neveros que llegan al agua, en la pequeña bahía frente al barco, lo que debe ser la Base Juan Carlos I. Desde el barco hasta la costa, trozos de hielo irregulares, pequeños como restos de una explosión o un derrumbamiento, lamidos por el agua y mostrando extrañas formas y agujeros. Increíblemente, en algún trozo de hielo más grande se tiende hierática una foca leopardo, depredador antártico.
Se procede al desembarco de material, el barco leva el ancla y parte hacia Decepción. Después de los tres días del Drake azul y azul, olas y nubes y aburrimiento, las tres horas de tránsito entre ambas islas parece el paseo por un parque de atracciones. Los pingüinos te sorprenden al principio, saltando ocasionalmente allá donde miras, en pequeños grupos. Al cabo de un rato no merecen ya mención de ninguna de las personas que se acumulan en el puente.
Entonces, en el horizonte, el radar detecta dos témpanos de considerable tamaño, y, poco a poco, van apareciendo, como islas dibujadas. El primero pasa cerca, y te asombra el veteado azul y blanco, lo firme de su flote, la mágica deriva que lo lleva a ningún sitio. Por el minúsculo tamaño de los puntos negros que ves sobre el lomo del hielo, pingüinos, te imaginas el tamaño de la mole que en la distancia flota y apenas das crédito. Cuando el témpano apenas ha sido rebasado por el barco, por la otra banda resopla una ballena, lejos, mostrando la cola y dejándote, de nuevo, difusa.
Y así, vislumbras ya la costa de Decepción, y el buque se encamina hacia los Fuelles de Neptuno, la pequeña entrada al interior de la isla con forma de herradura. Soplando a proa hasta 60 nudos, la maniobra de entrada es el momento más tenso de la travesía. Toda la tripulación está en su puesto, alerta y a la orden, que es impartida por el oficial de maniobras y supervisada por el Comandante. El timonel repite los rumbos que el oficial dicta, y la nave pasa ajustada, dejando las escarpadas paredes a menos de diez metros en inquietantes momentos.
Fondeado ya el buque frente a la base Gabriel de Castilla, al fin desembarcas y el suelo deja de moverse. Son las 11 de la noche (aunque sea de día) y caes rendido en el catre al fin inmóvil. Hace más de 72 horas que dejaste América, reposas al fin en el continente helado, descansas. Y, de nuevo, sonríes.
4 comentarios:
¡Qué mareo que hemos pasao contigo compae! Menos mal que ya estamos alli, diles que te pongan de ese vinillo tan bueno que tienen en la base que quita las penas. Y que no le hagan caso a las instrucciones de "servir a temperatura ambiente".
Un abrazo!
Envidia... si dijese envidia, sabes q no estaría exagerando!!!!
Te leo cada vez q mandas un parte y aunq me mantengo en silencio, sabes q disfruto y saboreo tú aventura. Es emocionante saber que ya estás allí, y mejor aun lo bien que nos lo explicas a todos!!! Es una pasada leerte!!!
Disfruta... quizás sea sólo una vez en la vida... quizás la próxima pueda contartela yo, en la busqueda de vida parasitaria, viral, o lo que sea!!!... ojalá!!!
No sabes lo que te envidio!!!
Mil besos
Ehm! graba!!! graba también sonidos porque eso casi no me lo imagino... a qué suenan los rugidos de los pingüinos esos tan feroces.
Disfruta.
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