martes, 29 de enero de 2008

Parte polar, 12

Embarcas en la zodiac, que está abarloada en la proa del Las Palmas. A la orden del patrón, el proel larga amarras y justo en ese momento ¡mira! ¡allí! un lomo enorme sale del agua a unos diez metros del barco, una ballena, esta vez cerca. Negra, brillante, la piel del animal más grande se asoma al aire tres, cuatro veces más mientras se aleja la zodiac. Navegando hacia Orne (un pedrusco nevado frente a Isla Ronge) os despide mostrando la cola y, claro, quedáis de nuevo en aquello que decíamos, sin aliento.
Sólo que el aliento se queda dentro también por lo inmenso e irreal de la fotografía que te rodea. Divisas la costa, toda de glaciares, agujas, ventisqueros, lenguas de nieve, escarpados cerros negros, grises, rojos, esas formas retorcidas y afiladas. Hay partes que no ves, ocultas por grandes témpanos varados en la bahía que exponen sus azules lamidos, sus moles inmóviles y a la vez ingrávidas. No te cabe, no entra entre dos ojos tanta grandeza. Giras la cabeza aún otra vez y no hay descanso a tu asombro: los colores mutan sin cesar con las nubes móviles que filtran el sol, se altera la paleta interminable de reflejos de mar y hielo: las nubes sobre el mar y contra el hielo, el hielo contra el mar bajo las nubes, el mar, el mar.

*    *    *


Te alejas un poco de la pingüinera y tras el primer cerrito, en un nevero verdeado de algas entre lajas y pedregales, ves que duerme un bicho grande. Su cuerpo cilíndrico y lo que ves de las aletas mientras te acercas insinúa una foca o un lobo marino. Te sientes volver a los diez años, eres de nuevo aquella personita apasionada por la zoología que devoraba las láminas de libro tras libro, que pasaba horas observando insectos, que corría cuando en la calle aparecía una tienda de animales. Te deja aproximarte, cautamente y sin un ruido, a unos cinco metros y no mueve un músculo: duerme. En ese punto, te agarra un pellizco de respeto y miedo, das en pensar que igual una foca leopardo, que igual un despertar malhumorado, que quizá no te tema suficientemente. La piel que ves muestra manchas blancas sobre la capa gris que predomina, un bicho así, moteado y corriendo detrás tuya no es quizá lo que prefieras que ocurra en este islote a millas y millas de cualquier cosa. 
No, retrocedes, vuelves y preguntas, sí, no, foca de Wedell, sí, foca cangrejera: respiras y retomas el acercamiento. Ya sin miedo, llegas a metro y medio del enorme mamífero, que te observa soñoliento y sin gana ninguna de moverse. Como una vaca con cara de perro, aletas de pez y bigotes de gato: ahora comprendes las descripciones de algunos animales que dieron los antiguos, que viendo no acreditaban, que no sabían, como tú no sabes, ubicar en tu mundo tal proeza increíble. Y no te acercas más porque respetas, porque amas de repente la forma en que te deja que te acerques. Porque comprendes su mirada perezosa, agradeces su paciencia y la abandonas en la nieve, al sol que luce ahora, en su descanso benévolo y confiado. 

sábado, 26 de enero de 2008

Undécimo parte polar

Llevas unos días en la isla y ya te vas. Partes con destino sur, más al sur todavía. El plan original es que el barco te deje en un lugar llamado Caleta Cierva (justo después de Caleta Inútil y hace rato ya que dejaste de preguntarte por los topónimos de estas tierras), donde vas a montar una estación sísmica como la que queda funcionando ya junto a la base, en Decepción. 
Pero los últimos días han sido un vaivén de versiones contradictorias, desde que tuvísteis noticia de que la base argentina Primavera, en Caleta Cierva, no había podido ser abierta por problemas técnicos en los motores del buque que allá iba. Si realmente la base no está abierta, quedan tres posibilidades: una es acampar allí o refugiarse en la habitación que forzosamente deja franca toda base o refugio polar (y de montaña). Pasarías allí cuatro o cinco días, aislada, sin calefacción ni ducha, comiendo comida militar de emergencia o pingüinos que cazaras contra el Tratado Antártico y por sus apreciados muslos (su pechuga es escasa). Esa perspectiva (que imaginas escandalizará a parte de las lectoras consanguíneas) no te desagrada del todo, tiene su aquél, pero es poco probable.
La segunda posibilidad es que el barco te espere fondeado en la playa. Bajarás cada día temprano a tierra, y volverás a subir para dormir y descansar. Pero eso retrasaría la planificación de la campaña, afectaría seguro a otros proyectos y depende, en último término, del Comandante. La tercera es no montar la estación, comprometiendo fatalmente los resultados del proyecto.
Sin embargo, cualquiera de las dos últimas opciones lleva premio. En teoría, una vez que desembarques en Caleta Cierva, el barco sigue hacia abajo, bordeando la costa de la Península Antártica. Las "pingüinólogas", que estudian a los barbijos de Decepción, han de tomar muestras en diversos emplazamientos más al sur, llegando casi hasta el final de la península. Por supuesto, cuatro o cinco días de navegación aquí, en lo que imaginas una aventura de témpanos y auroras australes, junto a tu probable colaboración en el trabajo de campo, no te parece mala forma de pasar el tiempo.

Lo que es cierto es que esta noche, tras la cena, embarcas de nuevo en el buque "Las Palmas" y pierdes de nuevo la conexión. Si el oleaje lo permite, seguirás escribiendo estas notas. Luego nos las mandas, que sepamos.

miércoles, 23 de enero de 2008

Décimo parte polar

Imagina una playa. Ignora el agua, ahora no interesa. Centra tu imaginación, en cambio, en la arena: observa las franjas de pedruscos irregulares y puntiagudos que se extienden en franjas definidas, abarcando colores que dibujan el recuerdo de un volcán. Imagina la playa de una isla volcánica en forma de herradura. Imagina Decepción.


Mira, las piedras más livianas de esta playa son rocas redondas y esponjosas, volcánicas burbujas de piedra pómez de color café con leche. Se arraciman sobre la playa, petrificando un poco la ola que las trajo. Hay también negras obsidianas como oscuros meteoros, opacos desechos del vientre de la tierra. Además, piedras rojas, sólidas, marrones, amarillas, horadadadas, blancas o grises, desconocidas.

Imagina plumas entre las piedras. Sí, es cierto, hay plumas de gaviota y de esos otros pájaros pardos cuyo nombre por el momento ignoras. Pero las hay también de pingüino, plumas de pingüino en la playa de Decepción.


Justo entonces, imagina que oyes un grito a tu izquierda y que, cuando miras, ya ha salido del agua un ejemplar de pingüino barbijo que te mira brevemente. En realidad, te mira de pasada, y cómicamente se muestra como quien irrumpe en la habitación equivocada. Mira a un lado. Mira al otro. Mira atrás, al mar; da un pequeño paso. Mira a un lado. Inicia un movimiento de huida y se para. Exacto, eso es: vestido de frac, estaba convencido que, al salir del ascensor llegaría al salón del hotel en que se celebraba el homenaje a un importante pingüino, y sin embargo está en esta playa fría e inhóspita, donde para colmo alguien lo observa. 

Mas no se deja intimidar. Disimula. Se recoloca unas plumas de aquí, de allá, se rasca bajo el ala, sacude la cabeza concienzudo y ahora parece hacer el papel de quien ya salió del mar a esta playa cientos de veces, miles. Indiferente, con sus hombros caídos, se pone a observar ahora el horizonte nevado, como considerando la cantidad de nieve caída este invierno aquí, o la larga pleamar de hoy. Te ignora sin piedad, pretende estar sólo en la playa, y, al cabo (tal vez cuando considera que ya no parece un inútil con frac en el rompeolas), da unos pasos hacia el agua.

Erguido, buscando con la cabeza el agua que apenas le cubre los pies, camina un trecho hacia dentro y se tumba queriendo nadar. Pero no, el agua no lo cubre todavía, brega un trecho con la panza contra las piedras y, por fin, alcanza la profundidad que le permite desaparecer, en una fracción de segundo, de tu vista.

Su aparatosa salida no contribuye a disminuir la carcajada que te rompe dentro y que te guardas.


Pero imagina que en la playa hay también, desperdigados, grandes huesos de ballena. Pon que caminas hacia una vértebra de un palmo de diámetro, blanca, desgastada, asomando entre las piedras. Piensas en el animal que la llevó por el mar en el pasado, imaginas su dimensión descomunal. En tus días en Decepción, visitarás lo que llaman Bahía Balleneros y oirás la historia. Tal vez muy pronto. Hoy, ya, duermes, descansas. Mañana veremos.


martes, 22 de enero de 2008

Noveno parte polar: hielo

Amanece y algo ha cambiado: el barco no se mueve, al menos no como antes. Tu primer pensamiento es que la Antártida, con toda la carga mítica que durante estos meses ha ido acumulando, está ahí. Te levantas y una ojeada rápida a la escotilla de tu camarote descubre, flotando en el agua, trozos de hielo. ¿Trozos de hielo en el agua del mar? 
Al salir a cubierta, ves tierra después de tres días de azul y azul: tierra y nieve. Entre los neveros que llegan al agua, en la pequeña bahía frente al barco, lo que debe ser la Base Juan Carlos I. Desde el barco hasta la costa, trozos de hielo irregulares, pequeños como restos de una explosión o un derrumbamiento, lamidos por el agua y mostrando extrañas formas y agujeros. Increíblemente, en algún trozo de hielo más grande se tiende hierática una foca leopardo, depredador antártico.
Se procede al desembarco de material, el barco leva el ancla y parte hacia Decepción. Después de los tres días del Drake azul y azul, olas y nubes y aburrimiento, las tres horas de tránsito entre ambas islas parece el paseo por un parque de atracciones. Los pingüinos te sorprenden al principio, saltando ocasionalmente allá donde miras, en pequeños grupos. Al cabo de un rato no merecen ya mención de ninguna de las personas que se acumulan en el puente.
Entonces, en el horizonte, el radar detecta dos témpanos de considerable tamaño, y, poco a poco, van apareciendo, como islas dibujadas. El primero pasa cerca, y te asombra el veteado azul y blanco, lo firme de su flote, la mágica deriva que lo lleva a ningún sitio. Por el minúsculo tamaño de los puntos negros que ves sobre el lomo del hielo, pingüinos, te imaginas el tamaño de la mole que en la distancia flota y apenas das crédito. Cuando el témpano apenas ha sido rebasado por el barco, por la otra banda resopla una ballena, lejos, mostrando la cola y dejándote, de nuevo, difusa.
Y así, vislumbras ya la costa de Decepción, y el buque se encamina hacia los Fuelles de Neptuno, la pequeña entrada al interior de la isla con forma de herradura. Soplando a proa hasta 60 nudos, la maniobra de entrada es el momento más tenso de la travesía. Toda la tripulación está en su puesto, alerta y a la orden, que es impartida por el oficial de maniobras y supervisada por el Comandante. El timonel repite los rumbos que el oficial dicta, y la nave pasa ajustada, dejando las escarpadas paredes a menos de diez metros en inquietantes momentos. 

Fondeado ya el buque frente a la base Gabriel de Castilla, al fin desembarcas y el suelo deja de moverse. Son las 11 de la noche (aunque sea de día) y caes rendido en el catre al fin inmóvil. Hace más de 72 horas que dejaste América, reposas al fin en el continente helado, descansas. Y, de nuevo, sonríes.

domingo, 20 de enero de 2008

Octavo parte polar: mar gruesa.

(De nuevo uso la dirección del Buque Las Palmas para escribir sólo a los emails que recuerdo de memoria. De nuevo, por favor, no respondáis a esta dirección, sino a jla@et-antartica.es, a no ser que sea algo urgente o importante. Poned "Para Científico JLA", en ese caso.)

El buque, pequeño y lento, cabecea en una inmensa extensión de olas sin fin. Detrás de él, persiguiéndolo siempre, hay tres o cuatro grandes, de lomos rizados y azules fríos que acaban por adelantarlo. Cada vez que una de estas olas lo sobrepasa por debajo, el barco se inclina unos 30 grados por cada lado, primero hacia babor, luego a estribor. Si llegara a 45 —y la última vez que cruzó el Drake lo hizo, dicen—, sería más cómodo caminar por la pared que por el suelo. 

Lleva recorridos ya dos tercios de la distancia que separa Ushuaia de las Islas Shetland del Sur, y tiene prevista la llegada mañana al amanecer. El viento es fuerte (20 a 30 nudos) por la aleta de estribor y las olas, furiosas, son de mar gruesa, unos 4 a 6 metros las más grandes. Mejor de lo previsto, según el Comandante.


Pasas tu tiempo entre el puente, a verlas venir, y la cama, a sentirlas por dentro y notar su potencia ciega. Desde el puente, puedes ver algunos pájaros pequeños, charranes y petreles, dameros... y también los enormes albatros. Magos del aire que jamás baten alas, planean sobre las olas milimétricamente, dibujando con la punta de un ala la superficie del mar, por más agitada, espumosa e irregular que ésta sea.
 

Ayer, acabado ya el Canal de Beagle, un delfín austral saludó la derrota recién emprendida. Blanco y negro, como orca pequeña, nadó junto a la nave por espacio de un minuto, despidiéndose con un salto a cuerpo entero y dejándote suspensa en lo de siempre. En el cómo y porqué de esas proezas, tan al margen de tus empeños miserables, tan perfectas en lo simple y sin motivo.

Pero has amanecido ya dos veces a bordo y te aburres más que nada. Logras evitar el mareo yendo a lo justo, evitando las entrañas del buque cuanto puedes y tumbándote en tu litera al menor síntoma. Desde allí, como preso, deseas aligerar los minutos, que pasen las horas cuanto antes y puedas pisar tierra pronto y ver los hielos. A veces, entre las sacudidas del barco, has soñado con las personas que sabes te siguen en lo lejos, y esos sueños te dejan brevemente desterrada, impotente, azul. Aún así sonríes. Y, lentamente, escribes.

sábado, 19 de enero de 2008

Séptimo parte: zarpamos

(Este parte llega sólo a algunas de vosotras, las direcciones que recuerdo de memoria. Lo mandaré al resto cuando llegue a la base. Sí queda colgado en partepolar.blogspot.com. No respondáis a esta dirección sino a la otra.)

Por el sistema de megafonía del barco oyes que todos los científicos han de presentarse en el comedor, y esto te sorprende tratando de encontrarle el truco al compartimento minúsculo donde han de caber todas tus cosas. Sales a cubierta y acudes a la llamada.


Te unes a las otras veinte personas y os apretáis en un comedor en el que apenas caben diez holgadamente. El barco aún está amarrado y aún hay personas de la tripulación que llegan apuradas y de paisano, después del día de permiso, con pequeñas bolsas de recuerdos o tabaco. Afuera, en cubierta, las más nostálgicas o enamoradas aprovechan estos minutos finales de cobertura móvil para, escondidas en los rincones menos evidentes, despedirse de quienes quieren. Es la despedida de un encuentro que nunca se produjo, ya que del mar venían y al mar van, y eso aumenta el dramatismo de sus figuras encogidas por la nostalgia y, en algún caso, las lágrimas.


Tras la amable bienvenida oficial del Comandante, el Segundo Comandante os cuenta las normas del barco con campechanía y buen humor. "Los barcos más difíciles de hundir son los militares, pero, como sabéis, aunque esto sea la Armada este buque no es militar". No salir a cubierta de noche sin avisar, no salir tampoco con mar gruesa. Desayuno a las 8, comida de 1 a 3, cena de 7 a 8. Prohibido vomitar en los labavos. Durante el desatraque podemos estar en los balcones del puente, pero no en las alas del mismo. 


Acabada la charla, te devuelven tu pasaporte con el sello de salida de Argentina (volverás a tierra por Chile) y todo el mundo sube a cubierta a contemplar la maniobra de salida.


Efectivamente, el Comandante, situado en el ala de babor del puente, imparte órdenes a un oficial que las transmite por radio a otro oficial que, en popa o en proa, dirige a cuatro o cinco hombres. Las cuatro grandes maromas son soltadas sucesivamente en tierra por un tipo que no es de la tripulación, y recogidas con esfuerzo por tres, cuatro marineros. Milimétricamente, el barco se va separando del muelle a las órdenes del Comandante y completa la maniobra de giro para poner proa hacia el Canal de Beagle (nombre del buque en que llegó aquí Darwin) y dejar atrás Ushuaia de una vez.



Hasta que salga a mar abierto quedan unas cinco horas, luego todos hablan de "un Drake malísimo". Aprovechas que ahora el viaje parece un crucero y tomas estas notas.
P.S.: Tomás, la matrícula hexadecimal del barco: 9c 083 75a 34a 34a 1

viernes, 18 de enero de 2008

Sexto parte polar: antes del Drake



Ayer entraste al barco por primera vez. Es un barco pequeño, el más chico de los que están atracados en el muelle, y los militares que has podido conocer son gente de mirar claro. Imaginas que estar finalmente atracados después de cuatro días sobre el paso del Drake debe dejar tranquilo a cualquiera.


Conoces al Comandante y la impresión es buena. No da la impresión de imponer demasiado la jerarquía, el ambiente en general es relajado. El segundo de a bordo, el Segundo Comandante, es una mezcla afable y rubicunda entre Popeye y un legionario. Te estruja la mano.


Los camarotes, la "sala de científicos", la cubierta única que imaginas barrida por las olas... sabes que harás de este lugar tu casa. Lo que no sabes es en qué estado estomacal.


Por la tarde, vas al Lago Escondido. Otra científica debe tomar muestras de agua, para analizar los contaminantes, y la acompañas. Te ves por fin en el campo, respiras puro y se te llena la mirada de plantas desconocidas. Los árboles, 'lengas', se retuercen en el bosque denso, y cuando sale el sol no evitas sonreir y acordarte de tus compañías de montaña. Las cimas alrededor muestran nieves perpetuas, anticipo de lo que se viene a partir de esta noche.





Porque ya esta noche embarcas. La travesía será de unos tres días durante los que será difícil escribir. Escribir, leer, comer y, en general, todo lo que no sea yacer en cama, sujetarte y dormir. Eso dicen, ya veremos. Lo afrontas sin miedo, con la firme determinación de lo inevitable y con el suave mareo que te acompaña ya desde antes incluso de ver el barco en el muelle. Sonríes y abordas: let's rock.

miércoles, 16 de enero de 2008

Quinto parte polar: sobre los Andes

Se abren las nubes y se te corta la respiración. Bajo el avión, las montañas se extienden hacia todos lados. No son montes, no son cerros: la nieve cubre parte de ellas y la falta de vegetación en los claros no deja duda de su increíble altitud. Comparado con lo que conoces (la vereda desde Elorrieta al Caballo, el circo de Gredos) la principal diferencia es la extensión. Veinticinco, sesenta mulhacenes sólo en la parte que ves, salpicados de lagunas azules que seguramente no tengan ni nombre ni leyendas.

En Ushuaia se hace de noche a las 11:30, y no mucho. Esta ciudad, que no es pequeña (70.000 personas), tiene un cierto aire 'Doctor en Alaska' que el dueño del pub /Invisible/ acrecienta. Músico y lector de Pizarnik y Vallejo, pasa el largo invierno construyendo mosaicos de madera inspirados en la obra de Escher. Sillas, mesas y paredes del local son un homenaje al aburrimiento y la marquetería. Para cuando acabe este verano, quiere tener lista la maqueta de 3x2m, en relieve, que magnifica el cuadro de las escaleras, aquél en el que se sube y se baja al mismo tiempo. Lo ha situado en el fondo del escenario del bar, en el que brilla una batería completa color caoba.

En Ushuaia se hace de día a las 5:30. Así, te vas a la cama  pensando en el barco, que mañana arriba a puerto como un símbolo griego de viaje y conquistas. Como un símbolo griego, sin más. Duermes.

Cuarto parte polar: destino San Martín


Cerca de Plaza Italia, quieres volver a casa. Son largos los pasos de
hoy y duelen los pies de forma acorde. Preguntas por un bus, un
colectivo, que te deje en la Plaza San Martín, cerca de donde paras y
a unos 45 minutos a pie de donde te encuentras. "Tomá el 161. Pero
fijate que pase por Martelli, no por Florida. Es más rápido así."
Tras tres o cuatro buses de duda, consigues descifrar la confusa
cartelería y subes a uno. "¡Uno cuarenta" Te parece mucho, pero además
no tienes suelto más que un peso. Los conductores no dan cambio, ni se
enrollan, de modo que éste te hace bajar en la siguiente y buscas
cambio.
Tras más de media hora, ya te empieza a parecer que nunca vas a volver
a casa, y así se lo dices a la chica del kiosko que no te dio cambio
junto a la parada. Es una suerte que ya esté todo listo y que al final
de la calle aparezca el que te llevará a San Martín y al que ahora
subes.
Como está casi vacío eliges un asiento junto a la ventana y te
dispones a seguir el trayecto sobre el plano turístico, descifrando
los indicadores verticales de las encrucijadas. Cuando el viaje está
por salirse definitivamente del mapa por la esquina derecha, una
sombra de duda te asalta. Preguntas a una pareja, afirmando casi, si
el bus volverá pronto a entrar en el mapa, pues no te explicas una
vuelta tan larga para ir a la plaza San Martín. "Sí, no te preocupés,
volverá. Pero a San Martín te quedan fácil 45 minutos." No tienes
prisa, sonríes.
El caso es que conforme el viaje excede el dibujo del plano, el
paisaje indica que se está entrando, de veras, en la Argentina.
Quedaron atrás las limpias avenidas, las tiendas de lujo y lo moderno.
Por la Avenida del Cabildo se te ocurre que estás en uno de los muchos
Zaidines que rodean Buenos Aires. Tiendas apretadas, luminosos
agresivos, bares, pegatinas y cartelitos, fruterías, supermercados.
Pero también indios, mucha gente con la traza inconfundible de quien
puebla el Zaidín del mundo, de quien abajo sueña, cuando no trabaja,
con las compras que al de arriba cunden.
Y ya decides que algo no va bien en este trayecto, la sospecha de que
este bus no te lleva donde quieres ir se hace cada vez más incisiva.
Pero te lo han dicho, y te cabe la hipótesis de que este bus vaya y
vuelva a un arrabal, que te lo muestre y te trate bien, que te deje en
casa tras la película. Además no tienes prisa, y sabes que es ahora
cuando realmente estás viajando. Queda tarde larga aún por el verano,
en el peor de los casos tomarás luego el mismo bus de vuelta, el 161.
Por Martelli, claro.
Y junto a tí rostros exhaustos se duermen sobre el pecho, manos
cansadas y recias se entrelazan apenas entre las piernas. Es la tarde
y hay músculos y mentes que se distienden y olvidan: es la tarde y el
poniente ve abrirse la flor del sueño trabajado sobre el rudo vaivén
del anciano autocar. Fuera, de los ocho carriles de Av. Cabildo quedan
sólo dos en Sáenz Peña, y ya las casas muestran desconchones y
talleres mecánicos, pequeñas tiendecitas y carnicerías, niños sin
camiseta jugando al fútbol y árboles que crecen contrahechos junto a
las tapias. Hay abuelos morenos sentados en los trancos, y tienen en
la cara impreso el reflejo del autobús en el que vas: el reflejo mismo
de cada día, de muchos años.
Finalmente, llega la inútil confirmación de lo que todos en el bus ya
saben desde un principio. En el cartel oxidado de una papelería, y más
adelante de nuevo en el del mercado municipal, lees con media sonrisa
el rótulo "San Martín", y te llueve de inmediato la certeza: no es
sino al pueblo de San Martín que acabas de llegar.
Ahí lo tienes: ambos están dedicados al Libertador. La plaza con
bronce ecuestre y mármoles, con llama perpetua inclusive y dos
uniformados, y el pueblito de arrabal con idéntico nombre en que la
gente duerme luego del laburo en la capital federal. La una oficial,
buscando desesperadamente una dignidad que le es inalcanzable por lo
mismo, y el otro vivo, rebosando gentes dignas, pura argentinidad sin
pretensiones. Creo que sabes ya a por qué viniste.
Así, todo ya desvelado, sin nervio ni emoción ni riesgo alguno, bajas
del bus como el que aprende; preguntas sin más cómo volver como el que
sabe; vuelves a San Martín, plaza, en un tren que es otra historia y
te prometes compartir ésta sin saber si sabrás ponerle el trozo que
ahora saboreas y que ya es tuyo. Lo escribes.








domingo, 13 de enero de 2008

Tercer parte polar

Aunque poco polar aún, chanclas y camiseta, en la excelente temperatura
de Buenos Aires. Tras dieciséis horas de prisión presurizada a 11 km
sobre el nivel del mar, son ya Latinoamérica y sus cosas las que me
viven. Ya es el verano repentino, las empanadas y la Quilmes Cristal,
una sorpresa sonriente cada vez que alguien escucha mi acento (así,
acento con "ze", ese sonido casi medieval que me delata), rasgos
aindiados y edificios sin terminar.
Empieza de verdad la aventura, y empieza por suturar las heridas que
siempre nos nacen cuando (nos) partimos por gusto: las que me duelen a
cada rato de no poder contar con aquellas con las que compartiría todo
esto si estuviéseis.
Y empieza con una historia de lucha, es el caso que en todos lados
cuecen habas, especialmente aquí. Salud!

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Después de una persona con sida y otra con menos de 10 años pidiendo
para comer, que se acerque esta señora con una pañoleta negra y te
tienda un papelito sin más palabras, capta tu atención. "Todos con los
trabajadores del Casino", es el encabezado del papel. Recuerdas haber
visto junto a la Casa Rosada, en los tramos de empalizada que se
apilan a su alrededor, grandes pintadas acerca del Casino, pero no
tienes idea de cuál pueda ser el problema esta vez. De modo que le
preguntas, cuando está para salir, que qué ocurre en el Casino.
Ella es familiar de uno de los trabajadores del Casino Flotante Puerto
Madero [1] (50% capital español, suspira), clava en ti una mirada de
madre atacada, de justicia violada, de defensa propia. Con infinito
cariño, con esa maternidad poderosa, te cuenta emocionada cómo eran
las condiciones de trabajo en el Casino, los horarios abusivos, el
trato vejatorio, las embarazadas que han perdido a sus hijos por el
laburo y sobre todo, los despidos injustificados. Cuenta con rabia
cómo los sindicatos se alinean del lado del dinero, cómo los
trabajadores deciden organizarse, cómo fueron a la huelga [2] y lo que
las autoridades maquinaron para poder abrir [3].
Cómo las patotas irrumpen con violencia en una asamblea de los
trabajadores y cómo los agentes de la policía del ayuntamiento no sólo
no protegen a los trabajadores sino que amablemente acompañan a los
violentos hasta la salida [3].
Finalmente te cuenta que los trabajadores están acampados en la Plaza
de Mayo y también en las entradas al Casino, cómo la lucha sigue y
cómo no parece que haya solución posible: el dueño del casino es
íntimo de Néstor Kirchner [4] y le fue ampliada la concesión cinco
días antes de que el ex-presidente dejara el cargo.
Con un beso y esperanza, esta madre de todos los de abajo te deja en
la promesa de contar su lucha y proseguirla donde puedas. Esta madre
te enseña en un momento cómo son las cosas en Latinoamérica, cómo es
este continente saqueado, cómo es el mundo que heredamos.

[1] http://www.cirsa.com/casinos/puerto_madero
[2] http://www.casinosenlaweb.com/casinos/huelga-casinos-puerto-madero/
[3] http://www.impulsobaires.com.ar/nota.php?id=36868
[4] http://www.perfil.com/contenidos/2008/01/12/noticia_0012.html
[5] Página de los delegados del Casino: http://www.delegadoscasinobsas.com.ar

miércoles, 9 de enero de 2008

Segundo parte polar

Amigas,
Es ya miércoles y es el viernes cuando parto hacia la Antártida.
Algunas personas recibísteis un primer parte polar, para otras éste es
el primero. De las primeras, no todas confirmásteis que os interesaba
saber de mí, pero muchas lo habéis dicho de palabra, por eso os vuelvo
a incluir a todas. Por supuesto, si alguien quiere una baja, que la
pida. :)
Además, y por el mismo precio, estos mensajes van a ir directos a
una web, http://partepolar.blogspot.com, donde, si dejáis comentarios
no voy a poder leerlos hasta mi regreso a la civilización.
Porque el tiempo que esté en los hielos no tengo mucha conexión a
internet, según me han dicho. Cuando el Comandante quiera, podré
enviar y recibir emails en esta cuenta de correo, pero no visitar
páginas web ni usar otros servicios (chat etc). Y esto es sólo
mientras me encuentre en la isla Decepción, porque el resto del tiempo
no tengo ni idea de si tendré acceso al correo. Para que os hagáis una
idea, este es el calendario estimado (dependiente del estado de la
mar) para mi estancia:
11-ENE: Granada - Buenos Aires
15-ENE: Buenos Aires - Ushuaia
18-ENE: Tránsito a la Antártida en el buque Las Palmas.
21-ENE: Desembarco en isla Decepción
25-ENE: Tránsito a Caleta Cierva
26-ENE: Desembarco en Caleta Cierva
30-ENE: Tránsito a isla Decepción
31-ENE: Desembarco en isla Decepción
09-FEB: Tránsito a y desembarco en isla Livingston
13-FEB: Tránsito hacia Punta Arenas, Chile
17-FEB: Desembarco en Punta Arenas, Chile
20-MAR: Buenos Aires - Granada

En la medida que sea posible, trataré de contar por este medio las
cosas que ocurran y las que se me ocurran. Mientras tanto, en esta
ocasión os dejo con una foto y las bonitas palabras del cuaderno de
bitácora del Buque de Investigación Oceanográfica Las Palmas. Salud!





* Expedición: Campaña Antártica B.I.O. Las Palmas
* Fecha: domingo, 06 enero 2008

POSICION
* Hora UTC........ 12:00 23:59
* Latitud.............Fondeados al 147
* Longitud..........de Punta Murature

DATOS METEOROLOGICOS
Viento.............................14 Nudos SW
Estado de la mar.............. Rizada
Visibilidad........................ 10 KM
Temperatura.................... 3 º C
Humedad relativa............. 90 %
Nubosidad....................... 6/8 Cúmulos

ACAECIMIENTOS IMPORTANTES
* Comienza la singladura de buen cariz fondeados en Puerto
foster frente a la B.A.E. 'Gabriel de Castilla'
* Al orto regular amanecida con cielos cubiertos, viento
frescachón de poniente y marejadilla.
* Al ocaso buena anochecida con cielos parcialmente cubiertos,
viento fresquito del SW y marejadilla.
* Finaliza la fondeados frente a la B.A.E. 'Gabriel de
Castilla' a la espera del amanecer para cruzar los Fuelles de Neptuno
y continuar la segunda fase del proyecto DGPS.

P.S.: Os ruego que no me enviéis a esta dirección ningún fichero
adjunto, a riesgo de que el Comandante tome medidas contra mí que no
quiero imaginar (limpiar los retretes es una buena). Pero escribidme,
sí!