lunes, 9 de febrero de 2009

Parte polar: Glaciares Johnsons y Hurd

(Cuando escribes esto tienes el dedo gordo del pie derecho un poco entumecido. Hace ya unas cuantas horas que saliste de allí pero aún la sangre no circula bien del todo bajo la piel. Nunca habías pasado tanto frío)
 
    Desayunas en el primer turno, a las siete, y a las ocho menos cuarto estás ya con la ropa térmica, la protección solar y las gafas de ventisca puestas. Los dos técnicos de montaña y la investigadora que estudia los movimientos del hielo de los glaciares Johnsons y Hurd estaban ya listos también, y salís de la base cuando la actividad apenas comienza en ella.
    Hasta el refugio de montaña, que se encuentra al pie del glaciar, hay unos 20 minutos de ascensión. El día está nublado, pero por suerte no hace viento y tampoco nieva. La temperatura es de 1ºC, lo normal. Una vez allí, te prestan un abrigo de plumas, un casco y un arnés, que te abrochas mientras los técnicos arrancan las motos de nieve y preparan el material para el día de trabajo. El abrigo te parece casi innecesario, pero confías ciegamente en los dos expertos montañeros, bregados en nieve, hielo y subidas a picos inaccesibles.
    Durante los varios años que dura el proyecto, se han instalado varias decenas de estacas en puntos concretos del glaciar, y mediante mediciones via satélite los científicos monitorizan el movimiento del hielo. El trabajo de hoy consiste en revisar algunas de las estacas, alargarlas en caso de que hayan quedado cubiertas por la nieve o sustituirlas si el viento las quebró. En cada una hay que medir la posición mediante GPS, con una precisión de centímetros. A una seña de uno de los técnicos te montas en una de las motos ya arrancadas.
    Se pone en movimiento y, tras subir la primera loma, el montañero que la lleva (parco en palabras y hasta brusco a veces) te dice que te bajes. Como confías ciegamente en él, desciendes y te quedas de pie en la nieve mientras la moto arranca de nuevo y se pierde por donde vino. Ante la falta de explicaciones, imaginas que ha vuelto al refugio para ayudar a la otra moto (que arrastra un trineo con el material y la investigadora) a subir la fuerte pendiente en caso de que sea necesario. Te giras en torno y compruebas que eres el centro de una extensión inmensa e inclinada de nieve, enmarcada por el cielo y montañas lejanas en casi todo el perímetro excepto por el lado inferior, que da a la bahía en que se encuentra la base, donde van a romper este y otros glaciares azules.
    Por seguridad, siempre son dos las motos que se mueven por el glaciar, y van unidas por una gruesa cuerda. Así, en caso de que una caiga en una grieta, la otra puede evitar que se desplome por el abismo de cientos de metros que son a veces las brechas del hielo. Aparecen ya ambas motos y paran, a recogerte y a enganchar la cuerda de seguridad que hasta ahora pasó desapercibida para ti en el suelo.
    Así enganchadas, enfilan hacia el centro del glaciar y, cuando todo es blanco, parece que navegan. El palmo de nieve caída ayer es la superficie de un mar sin color que rasgan los patines de la moto. Cuando sopla un poco el viento, levanta la nieve unos diez centímetros sobre el suelo, ondulando como agua en torno a la moto. La ausencia de referencias cercanas desorienta: los primeros kilómetros están señalizados con banderitas rojas, como boyas flotantes en la nieve, pero luego te resulta difícil creer que realmente alguien sepa a dónde váis. Al fin, de lejos, te parece ver una estaca al frente, y es allí donde las motos paran.
    Para la zona en que se encuentra cada estaca, la investigadora dispone de una estimación de la nieve que la cubrirá este año. Si la nieve sepulta la estaca será un problema para localizarla el año que viene, y si se alza demasiado, muy probablemente el viento la quebrará. Se mide cuánto sobresale en este momento, y, teniendo en cuenta la previsión se alarga fijándole otro tramo o se clava más. Mediante una sonda (una varilla metálica de unos 4 metros) se comprueba la profundidad de la nieve de este año, hasta llegar al hielo, y te sorprende ver la sonda llegar casi hasta los tres metros.
    (Te explican que un glaciar tiene varias regiones diferenciadas: la zona de acumulación es donde la incorporación de nieve es superior a la cantidad que se derrite, la zona de ablación es aquella en que se derrite más nieve de la que cae. Respecto al movimiento de las marcas de la nieve, resulta que un glaciar es una estructura dinámica impresionantemente rápida: hasta cuarenta metros pueden desplazarse las estacas de un año al siguiente.)
    El viaje prosigue por el blanco contínuo de estaca en estaca, algunas separadas por distancias considerables. En una de ellas, es necesario poner en marcha "la cafetera". Ya antes has podido entrever un artilugio de metal y tubos en una de las cajas que viajan en el trineo, y ahora sale de allí como la cachimba gigante del más grande hombre de las nieves. Una vez prendido el gas que la alimenta, se ve que no es más que una olla a presión para fundir nieve y arrojar vapor. Por un tubo rígido terminado en una punta metálica agujereada, sale el vapor a presión que funde el hielo y permite excavar agujeros de varios metros de profundidad.
    Aunque las nubes tienden a retirarse y a ratos quema el sol, una brisa dura sopla constante desde los collados sobre el hielo. A causa de las peligrosas grietas escondidas, y por no ir encordado, no puedes separarte del entorno de la estaca, y el estar quieto va haciendo que el frío entre en ti incluso a través de la gruesa capa de plumas de la chaqueta prestada. Las manos te duelen por debajo de los guantes de montaña, y hace rato ya que no sabes qué fue de los dedos de tus pies. Tienes frío. Por momentos te parece estar con poca ropa, pese a llevar hasta seis capas de prendas técnicas de montaña. Miras incrédulo las manos a veces desnudas de los técnicos, y frotas las tuyas con fuerza inútil. Comprendes lo fácil que sería perder, grado a grado, el calor corporal (y todo lo demás) en este páramo helado, a miles kilómetros de cualquier sitio.
    La verdad es que a ratos sólo piensas en llegar a la base y calentarte, pero la mayoría del tiempo transcurre sin que puedas salir de la sorpresa y el asombro de cada perspectiva, de cada encuadre. Las grietas escondidas añaden tensión a los desplazamientos, y el sol luce cada vez más fuerte encendiendo el hielo de forma casi insoportable. Por fin, del amplio mar de la nieve ves surgir el refugio donde empezó la travesía, y cercano ya el momento de quitarte las botas y calentar tus pies.
    Hoy, de nuevo, llega el buque que te sacará de la Antártida. Ya en la base, comes algo caliente y preparas la maleta.

1 comentario:

Miguel Bueno Jiménez dijo...

Esperamos que sigas con el blog. Queremos saber más del trabajo investigador. Y si te cansas de glaciares helados, te invitamos al tajo Almendrón en Almijara que es más fácil de subir. Expresiones